Cuando has pasado la navidad en un hospital, cuando has perdido a un ser querido en esas fechas, comprendes que la navidad es realmente un día normal.
Un día común y corriente. Donde personas nacen, y personas mueren.
Se despertó ese día, era un día como cualquier otro. Era la víspera de navidad.
Bajo a desayunar; los gritos empezaban a escucharse provenientes de la cocina.
-Gritos en la mañana. Vaya si no era un día normal.- Pensó.
Se preparó su desayuno sin que nadie le pusiera atención. Los gritos continuaban. El volumen de aquellos gritos era ensordecedor.
Le dolían los oídos. Sentía una sensación punzante a causa de aquellos gritos matutinos.
Era un día como cualquier otro.
Recordaba plenamente aquellos momentos, algunos años atrás.
Cómo le habría gustado que aquellas personas fuesen sus padres. ¿Por qué no podía simplemente haber sido adoptado?
Era una pregunta que solía hacerse frecuentemente.
Y allí estaba, en un día de navidad, en un hospital, viendo transcurrir el tiempo en un reloj de pared, ese reloj que parecía ralentizar el tiempo.
El tiempo transcurría lentamente. Vaya si no.
Una luz se iluminó en los indicadores de la central de enfermeras. Se escucharon gritos y personas que corrían. Trayendo el vehículo de resucitación.
Ya sabes, un carrito donde está instalado el aparato con el que resucitan a las personas cuando acaban de fallecer, haciendo un intento por revivirlas.
El lo había visto venir. Desde que vio aquella luz prenderse, supo que debía esperar lo peor. Parecía que nadie más lo había notado. Solo el.
Abrió lo ojos y allí estaba, de vuelta a la realidad. Los recuerdos habían pasado frente a el; ya sabes que dicen que cuando mueres, todos tus recuerdos pasan frente a ti.
Eso era lo que le estaba pasando.
Estaba metido en la bañera, con las rodillas pegadas al cuerpo, vestido de negro.
Podrías suponer que estaría desnudo. Pero no. Todavía tenía un ápice de decencia. No quería que cuando lo encontraran, estuviera desnudo.
Soltó la delgada hoja de afeitar. Cayó haciendo un ligero ruido metálico, suavizado por el agua que corría hacia el desagüe.
Con la vista un tanto borrosa por el agua tibia que caía sobre el, alcanzó a ver su muñeca izquierda.
Una ligera línea color carmesí, de la cual brotaban pequeñas gotas del mismo color, que, cuando caían, se mezclaban con el agua, formando un pequeño remolino de color rojo.
Lo hecho, hecho estaba.
Volvió a cerrar lo ojos. Esperando.
La inefable llegada de la muerte.
-Feliz navidad.- Pensó...
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